Friday, April 12, 2019

Corrientes pedagógicas 1

UNIDAD IMODERNIDAD, ESCUELA Y PEDAGOGÍA

                 1.1 DEFINICIONES ACTUALES DE LA PEDAGOGÍA
                 1.2 LA PEDAGOGÍA, EN EL CONTEXTO MODERNO
                 1.3 ANÁLISIS DE LAS TEORÍAS Y PRACTICAS PEDAGÓGICAS                                                         CONTEMPORÁNEAS
                 1.3.1 EL CONSTRUCTIVO EN EDUCACIÓN
                 1.3.2 LAS TÉCNICAS FREINET Y EL MOVIMIENTO DE EDUCACIÓN                                                  COOPERATIVA

UNIDAD II. EL MOVIMIENTO DE LA ESCUELA NUEVA

                 2.1 LA ESCUELA PUBLICA, LAICA, GRATUITA Y OBLIGATORIA
                 2.2 LAS IDEAS PRECURSORAS DE ROUSSEAU
                 2.3 PRINCIPIOS FORMULADOS Y SISTEMATIZADOS POR FERRIERE
                 2.4 DEWEY, EL VALOR DE LA EXPERIENCIA Y DE LA ORGANIZACIÓN
                 2.5 ESCUELA RURAL MEXICANA





                 4.1 TEORIA CRITICA


                 5.1 LA CRISIS EDUCATIVA
                 5.5 LA NUEVA PEDAGOGIA SOCIAL

Pedagogía y problemas educativos en el siglo XXI


UNIDAD V. PEDAGOGIAS Y PROBLEMAS EDUCATIVOS EN EL SIGLO XXI

                 5.1 LA CRISIS EDUCATIVA

La crisis educativa, un fenómeno que va más allá de las aulas
Tanto autoridades federales como universidades tienden a asociar la calidad con el concepto de “proceso”, olvidando por completo el “resultado”
La SEP afirmó que sólo 33% de los jóvenes en edad de estudiar la Universidad se encuentran en curso.
En México existen cerca de tres mil 800 universidades y una gran oferta profesional entre sus planes de estudio. Sin embargo, la Secretaría de Educación Pública (SEP) afirmó que sólo 33% de los jóvenes en edad de estudiar la Universidad se encuentran en curso, de estos sólo el 50% opina que su paso académico le fue de utilidad para emplearse.
Por su parte, 40% de los reclutadores considera que las aptitudes y habilidades de los egresados no son suficientes para entrar al campo laboral. Entonces, ¿De quién depende el futuro de las mentes universitarias?
Tanto autoridades federales como universidades tienden a asociar la calidad con el concepto de “proceso”, olvidando por completo el “resultado”.
No sólo hablamos de aspectos sociodemográficos (como lo son su tamaño o su propia vulnerabilidad socioeconómica) sino, de los establecimientos educacionales. En la actualidad, México se ha posicionado como el quinto país en tener un sistema educativo grande, pero, con las peores calificaciones.
En una escala donde el máximo es 7, países como Finlandia cuentan con el 6.75 de efectos positivos en la educación del alumnado mientras que, nuestro país apenas alcanza el 2.84%
Por su parte, la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) reveló que la tasa de egresados en Universidades Públicas en 2016-2017 cuenta con un índice de éxito muy bajo:
No obstante, otro de los factores que influyen es la realidad multicultural. De acuerdo con la SEP, 65% de los jóvenes elige una carrera profesional por presión social, tradición familiar o imagen, y esto suma al fracaso en su empleabilidad y su sintonía con lo que el mercado laboral demanda.
Mientras que, en temas de gasto público, el presupuesto de 2018 fue destinado a programas sin operantes claros; tal es el caso de los subsidios a las universidades estatales, que los diputados decidieron aumentar.
En los últimos años, el gobierno mexicano ha gastado más de 47.500 millones para el mantenimiento de las escuelas públicas. Sin embargo, el país sigue en el último lugar en la evaluación educativa.
La crisis educativa
Atender a la crisis educativa actual, es dar explicación de sus causas y ciertamente no es tarea fácil, pues posiblemente sean muchas y deban atenderse desde disciplinas diferentes, que abarcan desde la psicología a la teología pasando por la sociología. Cuando los políticos hablan de las causas de la crisis suele haber dos posturas. La primera es la de los que simplemente niegan que exista una crisis educativa, y no son pocos. Los responsables políticos han articulado muchos mecanismos burocrático-administrativos para que no se evidencie el fracaso escolar, pues demostraría la falacia de la educación moderna: sus leyes, su gestión y los principios filosóficos que la sustentan. Las formas de negar el trágico fracaso de uno de los sistemas educativos públicos más caros y menos rentables de la historia, son múltiples: por ejemplo, forzar a los directores, a través de los inspectores, para que los porcentajes de suspensos sean mínimos en las asignaturas; o bien promover que las asignaturas difíciles puedan ser aprobadas por una decisión del claustro, a pesar de la nota negativa del profesor, etcétera. Toda esta mentira burocrática y política quedaría en entredicho con una buena selectividad. Pero la propia administración se encarga de que esto no se produzca. Las pruebas han ido bajando el listón para que el porcentaje de suspensos sea el mínimo posible y nadie se plantee el asunto. Si los institutos ya reciben partidas especiales si «aprueban» unos porcentajes determinados de alumnos, ahora el mismo planteamiento llega a la Universidad. Las universidades públicas recibirán más apoyo económico en la medida en que los porcentajes de aprobados sean más altos. Sin lugar a dudas, el proceso viciado de origen, llevará a que se presione a los profesores para que no sean excesivamente estrictos.
Causas falsas y causa verdadera
Respecto a los políticos y funcionarios de educación que reconocen una cierta crisis educativa, suelen responder a la cuestión aportando esencialmente dos causas explicativas. Por un lado, afirman que es un problema de recursos económicos, estableciendo la absurda ecuación de que, a más recursos, mejor educación. Los datos para contraargumentar este planteamiento son relativamente fáciles. Si tomamos el caso de Corea, se puede comprobar que es uno de los países de la OCDE que dedica porcentualmente respecto al PIB, menos recursos a la educación. Sin embargo, en el informe Pisa que recoge los niveles educativos en los 47 países más ricos del mundo, Corea en los últimos años es la primera. Una segunda causa que se arguye es que no se aplica suficientemente bien la ley educativa vigente y que, por lo tanto, deben volver a reformarla o bien aplicarla con más intensidad. Nuevamente la ceguera de tanto experto en educación estremece, pues una de las causas del desastre educativo ha sido precisamente las leyes educativas. Otros que también aceptan la existencia de una crisis educativa, la atribuyen a una abstracta «crisis de valores» generando un discurso fácil a la vez que ineficaz. Si en algo se han convertido las escuelas es en maquinarias de adoctrinamiento de valores. Pero cuanto más se les predica la solidaridad, la paz y la tolerancia, más violentos, asociales e intolerantes se vuelven. Es el adoctrinamiento en valores falsos lo que provoca la propia crisis de los «valores» que predican.
Podríamos señalar que la crisis de la educación tiene su fundamento en la ausencia del principio de autoridad, ya no sólo en el orden práctico en tantos y tantos casos, sino en el fundamento legislativo de su ordenación. Si tomamos por ejemplo la Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación (LODE), de 1985, en el preámbulo se señala una malintencionada inversión del principio de subsidiariedad donde –implícitamente– se niega que el derecho a educar sea de los padres. Es el propio Estado el que se otorga ese derecho, aunque, como señala el preámbulo de la Ley, nunca pudo ejercerlo hasta llegar la modernidad: «Por las insuficiencias de su desarrollo económico y los avatares de su desarrollo político, en diversas épocas, el Estado hizo dejación de sus responsabilidades en este ámbito, abandonándolas en manos de particulares o de instituciones privadas, en aras del llamado principio de subsidiariedad. Así, hasta tiempos recientes, la educación fue más privilegio de pocos que derecho de todos». En base a este «democratísimo» sucesivas leyes consagran la educación como un instrumento para consolidar el Estado. Así en el preámbulo de la Ley Orgánica de Educación (LOE) de 2006, se llega a afirmar que: «Esas estructuras dedicadas a la formación de los ciudadanos fueron concebidas como instrumentos fundamentales para la construcción de los estados nacionales, en una época decisiva para su configuración». Leyendo entre líneas, bajo un discurso democratista, la sucesión de leyes educativas trasluce que la educación es sólo un derecho del Estado y que para ejercerlo, en el fondo, debe desposeerse de autoridad a cualquier institución y a los propios padres.
Por eso, las escuelas son entregadas a los inspectores; los consejos escolares son formas de diluir la poca autoridad que puedan tener los centros, y a los padres se les presenta la educación como un regalo del Estado que deben aceptar, pues ellos son incapaces de educar. Poco a poco la autoridad queda tan desfigurada, interferida, mezclada, que el educando se siente protegido por la anomia reinante. Y en última instancia, siempre tendrá un inspector que le defienda incluso del reglamento y de cualquier intento de que alguien ejerza sobre él la autoridad. El Estado es papá, pero también educador. Por eso, el enemigo del Estado son los propios profesores que por con naturalidad –en cuanto que primeros educadores subsidiarios de los padres– ejercen la autoridad directa sobre el alumno. Por ello, la acción del Estado sobre los educandos ha consistido precisamente en desposeerles del protagonismo en la escuela. Se cumple aquello que ya pronosticara Herbert Marcuse en Liberándose de la sociedad opulenta: «Actualmente, toda educación es terapia: terapia en el sentido de liberar al hombre, por todos los medios disponibles, de una sociedad en la cual, tarde o temprano, será transformado en un bruto, aunque no se dé cuenta. En este sentido, educación es terapia, y toda terapia hoy, es teoría y práctica política». Estas palabras, escritas hace ya varias décadas, se puede decir que hoy son totalmente actuales. El Estado considera que ya no hay un sujeto que educar (aunque sus discursos siempre digan lo contrario), sino individuos potencialmente enfermos que hay que someter a constante terapia. Por tanto, el educador en el fondo ha de ser un terapeuta, un evaluador de las carencias del alumno según los estándares e investigador de las malas praxis de los padres. Todo ello sólo es posible en la medida en que el Estado sospecha que, por definición, los padres son incapaces de educar correctamente. Y esta es una de las dimensiones de la esencia de la crisis. Parece cumplirse aquella profecía sociológica de Alexander Mitscherlich al escribir la Sociedad sin padre, para relatar los efectos en una sociedad de la desaparición de la figura de autoridad que encarna el padre.
Una lectura plana de dos modelos «exitosos»: Finlandia y Corea
Según los indicadores meramente materiales, sin tener en cuenta la dimensión moral y trascendente, podemos reflexionar sobre dos modelos educativos relativamente «exitosos». En el marco del informe Pisa hay dos países que destacan por sus logros: Finlandia y Corea. Analicemos brevemente las claves de sus logros. En el modelo finlandés los padres participan mucho más en el proceso educativo que los padres de nuestras escuelas. En España, los padres delegan la responsabilidad de la educación en la escuela y centran su preocupación en si ven peligrar la proyección de autorrealización que realizan sobre sus hijos. Los padres finlandeses nunca rebaten la autoridad de los docentes sino que su autoridad prevalece en los casos de conflicto. El Estado no suele intervenir en el día a día, con normas complicadas y presiones de inspectores, sólo señala un 75 % de materias obligatorias. Por su parte, los docentes están muy reconocidos socialmente. Muchos universitarios quieren ser maestros ya que no es una profesión denostada. Además, los educadores están muy bien preparados, pues su carrera es de cinco años y la mayoría los complementa con un máster o estudios de posgrado (algo impensable en el alumno medio que había estudiado magisterio en España). Los maestros finlandeses tienen un margen muy amplio de libertad para trabajar con el alumno y pueden decidir si los alumnos deben repetir curso o no, especialmente en los años de primaria (cosa impensable en España). Los problemas de disciplina son rápidamente detectados (en los primeros cursos de primaria), acotados y resueltos, con el apoyo de los padres. Por tanto, son sabedores de que la ausencia de autoridad disolvería la escuela. En España para resolver en un instituto público un problema de desacato a la autoridad, pueden transcurrir meses y, con altas probabilidades, acabará sobreseído por la acción del inspector. En la cultura finesa el profesor cuenta con muchísimo prestigio y éste se lo ha ganado a pulso, pues los profesores redoblan sus horas si ven que algún alumno se está quedando atrasado. Por ello se entiende que de todos los que quieren estudiar magisterio en la Universidad, un 85 % se quedan sin plaza debido a la altísima demanda.
El caso de Corea se puede explicar por las reformas educativas que se han ido realizando en el país. De partida hay que decir que los centros educativos privados, en porcentaje, son los más altos de la OCDE, superando el 50 %. En 1995 se realizó una reforma que difiere esencialmente de aquellas a las que estamos habituados. Consistió esencialmente no en regular la educación, sino en desregularizarla. Se abolió la inspección directa del Ministerio y se abrió la escuela al apoyo de las familias y de la sociedad. Los alumnos se descargan de aprendizajes innecesarios y se evita una enseñanza homogénea para todo el país. Hemos de pensar que en España tanto alumnos como docentes son los que más horas pasan en los centros, y no por ello tienen los mejores resultados, más bien lo contrario. Una última característica, de las muchas que podríamos señalar, es que la autoridad de los profesores es indiscutible y cuenta con todo el soporte de la sociedad y de los poderes públicos. Corea es un país donde se valora mucho la capacidad de memorizar y lo que podríamos denominar la enseñanza tradicional. Sin embargo, todo ello tampoco acaba de explicar totalmente por qué un sistema funciona y otro no. Creemos que la respuesta debemos encontrarla en otras causas. Por cuestiones de restricción de espacio sólo nos ceñiremos a una.
Una causa más profunda: el fracaso del ordo amoris
La educación está en crisis no por cuestiones de presupuestos, ni siquiera de metodologías, que pueden ayudar, pero no determinan el éxito o el fracaso. Nos gustaría hacer una reflexión en un sentido más profundo: la educación fracasa cuando se hunde el ordo amoris. Para entender lo que es el ordo amoris hay que comprender que el ser humano, al nacer, se ve inserto en una trama de vínculos, de ámbitos de vida donde experimenta el verdadero amor: el padre y la madre, los hermanos, los amigos. Sin haber vivido esta experiencia de verdadero amor, es imposible transmitirlo. Por eso san Agustín afirma que todo el mundo es un “ámbito que viene del amor y está orientado al amor”. Sin esta estructura de amor no puede transmitirse nada, ni siquiera el conocimiento y todo está condenado a fracasar. Una cierta analogía la encontramos en el «contagio» del divorcio al constatarse que los hijos de divorciados, con una alta probabilidad, acabarán divorciándose. Respecto al conocimiento se entiende mejor si lo consideramos como una forma de generación espiritual. En lengua francesa se ve más claro al analizar el término connaisance (con-naissance), que podría entenderse como un «nacer con». Sólo podemos entender las cosas como naciendo con la ayuda de alguien, en este caso del maestro. Los verdaderos maestros son los que procuran la ayuda para el nacimiento intelectual del alumno. El fracaso de la educación viene cuando el maestro se transforma en funcionario o un asalariado concertado por la administración pertinente. Toda educación sólo es posible en la medida en que se llega a conocer al educando, o al hijo. Y este conocimiento sólo es posible desde la experiencia del ordo amoris.
Max Scheler, en su obra Ordo amoris, afirmaba que «quien posee el ordo amoris de un hombre posee al hombre. Posee respecto de este hombre, como sujeto moral, algo como la fórmula cristalina para el cristal. Ha penetrado con su mirada dentro del hombre, allá hasta donde puede penetrar un hombre con su mirada. Ve ante sí, por detrás de toda la diversidad y complicación empírica, las sencillas líneas fundamentales de su ánimo, que, con más razón que el conocimiento y la voluntad, merecen llamarse el ´núcleo del hombre´ como ser espiritual. Posee en un esquema espiritual la fuente originaria de donde emana radicalmente todo cuanto sale de este hombre (…). Los bienes hacia los cuales orienta el hombre su vida, las cosas prácticas, las resistencias del querer y del hacer con que tropieza su voluntad, todo esto se halla penetrado del mecanismo selectivo especial de su ordo amoris y vigilado al mismo tiempo por él. El hombre no prefiere siempre las mismas cosas y las mismas personas, pero sí las mismas clases de personas y de cosas, clases que son en todo caso clases de valores que le atraen en todas partes conforme a ciertas reglas constantes del preferir (o posponer) lo uno a lo otro, o le repelen dondequiera que vaya. (…) En cada caso de este atraer y repeler se oculta el ordo amoris del hombre y su especial relieve».
El ordo amoris, esa experiencia de verdadero amor que muchos padres y educadores han perdido y no saben transmitir, es la que permitiría que cada hombre aprehendiera su existencia como una vocación y una misión que ha de realizar dentro del contexto de su particular destino. Es, por tanto, lo que nos orienta y adentra en un auténtico ideal de la vida humana. Por el contrario, la educación ha quedado reducida hoy en día a una mera preparación profesionalizadora (bastante insuficiente, dicho sea de paso). En ello hay algo de transfondo teológico, si atendemos a una curiosa afirmación de Michael Maffesoli, cuando afirma que Pelagio es el verdadero fundador de la escuela racionalista. Y este es el indudable fracaso de la educación, plantear un sistema educativo cerrado a la gracia y al amor real.


                 5.2 REFORMAS EDUCATIVAS

Las reformas educativas en América Latina: recuento y perspectivas desde México

Conocedor de los puntos clave que han transformado la educación en el continente, Antonio Ávila Díaz nos ofrece aquí un recuento histórico de las diversas fases que han atravesado las reformas educativas en América Latina y concluye con las particularidades de la Reforma Educativa de 2013 en México.

Antonio Ávila Díaz Titular de la Subsecretaría de Planeación, Evaluación y Coordinación, SEP

Las reformas están en la naturaleza misma de los sistemas educativos, si es que éstos aspiran a acompañar y sustentar los procesos de desarrollo de las naciones. Esto es particularmente cierto en América Latina, región con profundas desigualdades históricas y donde se anhela que la educación, con su potencial transformador, sea el motor de un progreso económico y una prosperidad social que se signifiquen por la justicia y la equidad.

Los años cincuenta. Antecedentes de las reformas educativas

Concluida la Segunda Guerra Mundial, Europa se recomponía y la comunidad internacional, comprometida con esa tarea, fundó la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en octubre de 1945. Con la urgencia de reconstruir sus sistemas educativos en lo inmediato, y repensar a largo plazo los esquemas de enseñanza con el fin de educar para la paz, en noviembre de ese mismo año se creó la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés).  Una década después, en la IX Reunión de la Conferencia General de la UNESCO de diciembre de 1956, se aprobó el Proyecto Principal, relativo a la generalización de la educación primaria en Iberoamérica. En esta iniciativa deben buscarse los antecedentes de las reformas educativas en América Latina. El Proyecto Principal se sustentó en el siguiente diagnóstico de los problemas educativos de la región:

Sobre una población escolar de unos cuarenta millones, solamente reciben educación primaria unos diecisiete millones. 
La deserción en el censo de los estudios es altísima y el número de alumnos que concluye la escolaridad primaria no llega al 20% de los que la iniciaron. 
El promedio del nivel educativo en América Latina, para la totalidad de la población, no supera el primer grado de la escuela primaria, y para los que tuvieron la oportunidad de ingresar a la escuela, apenas si alcanza el cuarto grado. 
Contribuye a agravar el problema el crecimiento demográfico extraordinario (2.6% anual). 
En consecuencia, serían precisos unos 500 000 maestros más y un número equivalente de aulas para atender debidamente a la población en edad escolar. 
Otras facetas negativas son la carencia de títulos o estudios profesionales para casi la mitad de los maestros, la insuficiente retribución económica del personal, la escasez de materiales docentes. La falta de una continuidad en la política educativa en muchos casos, y las deficiencias de la administración y supervisión que limitan el aprovechamiento eficaz de los medios disponibles y la obtención de nuevos recursos para el desarrollo de la educación (UNESCO, 1960: 35).

Con el Proyecto Principal, la UNESCO buscaba:

Estimular el planeamiento sistemático de la educación en los países de América Latina. 
Fomentar la extensión de los servicios de educación primaria a fin de lograr una atención educativa adecuada para la población en edad escolar de América Latina. 
Impulsar la revisión de planes y programas, para dar a todos los niños iguales oportunidades educativas, y adaptar la educación a las necesidades de la población en las diversas zonas o regiones, de conformidad con las exigencias que hoy la sociedad tiene puestas en la enseñanza. 
Mejorar la formación de los maestros, impulsar su perfeccionamiento, y contribuir a la elevación del nivel moral, económico y social de la profesión docente. 
Preparar para cada país latinoamericano un núcleo de dirigentes y especialistas de la educación, capaces de impulsarla y de procurar su progreso (UNESCO, 1960: 35).

Fue así como los países latinoamericanos, que ya habían pasado por procesos de institucionalización de sus sistemas educativos, enfrentaron sus primeros desafíos reformistas a mediados del siglo pasado. La información era escasa: en muchos países de la región aún no se levantaban censos nacionales de población, y los que lo hacían no sólo contaban con cuestionarios que indagaban un conjunto reducido de características de sus habitantes, sino que tenían el problema fundamental de su bajo nivel de confiabilidad. En un informe del Centro Latinoamericano de Demografía (CELADE) de 1968 se señala que “los censos de población de los países de América Latina presentan deficiencias tanto en el recuento de la población como en la declaración de las informaciones que se recogen” (Lopes, 1974: 53). La estadística educativa, como se conoce hoy, era entonces inexistente, y la información, en el mejor de los casos, se obtenía de registros administrativos. Sin embargo, la ventaja de los censos respecto de estos últimos fue que permitieron la vinculación de las características educativas con las sociales, económicas y demográficas, lo cual era importante para el análisis en un contexto en el que la evaluación no aparecía en escena.

No obstante, la información obtenida daba cuenta de que una proporción importante de la población era analfabeta, y de que la asistencia a la escuela era escasa y correspondía a los hijos de familias privilegiadas, raramente a los más pobres. La escolaridad promedio de la población —uno de los primeros indicadores que permitía la comparación entre países— era baja, máxime en los segmentos con menores ingresos. Había certeza de la prevalencia de desigualdades sociales profundas al interior de los países de la región y la convicción de que desde la educación se podía contribuir a corregirlas. El punto de partida era la expansión del sistema escolar, básicamente de la educación primaria: incorporar a los niños a la escuela y lograr que permanecieran en ella. En esto consistió la primera reforma educativa de la región: el desafío de la cobertura.

En México, al finalizar 1958, Adolfo López Mateos asumió la Presidencia de la República y desde la toma de posesión marcó como prioridad de su gobierno la educación pública. Jaime Torres Bodet fue designado titular de la Secretaría de Educación Pública y encabezó la comisión nacional encargada de formular el Plan Nacional para el Desarrollo y el Mejoramiento de la Enseñanza Primaria, conocido como el Plan de Once Años, que fue aprobado en 1959. Éste constituyó el primer esfuerzo por planificar la educación a largo plazo, y su alcance transformador fue descrito en un artículo publicado en el boletín trimestral Proyecto Principal de Educación, de la UNESCO en América Latina, en los siguientes términos:

Un esfuerzo de la magnitud del que se ha propuesto México en verdad carecería de razón si no se operara al propio tiempo una sana y eficaz reforma del “hacer” escolar. Determinar mejor la dirección educativa; establecer los principios y procedimientos para promover, conducir y seleccionar experiencias, de modo que ofrezcan un cierto sentido de secuencia, de acuerdo con las condiciones y posibilidades de cada grado de la enseñanza; establecer las metas precisas de cada aspecto del aprendizaje y del curso en general; y propiciar el desenvolvimiento integral de una personalidad, inspirada en un fuerte sentido social y, por lo tanto, en la promoción de valores morales: todo esto constituye la parte cardinal de los nuevos programas de educación primaria. El plan nacional para el mejoramiento y la expansión de la educación primaria encuentra su mejor apoyo en una enseñanza así encauzada, porque los padres de familia, al advertir su carácter práctico y elevado, harán los mayores esfuerzos para que sus hijos, cuando menos, adquieran la educación correspondiente a esta primera etapa (Cano, 1960: 39-40).

Si bien el Plan de Once Años se proponía lograr una ampliación de la cobertura en la educación primaria,2  también buscaba reformar los modos de enseñanza e incidir en la calidad. La comisión que lo elaboró señaló expresamente que “la idea de lograr un mejoramiento cualitativo debe ser la directriz dominante en el esfuerzo de las autoridades, de los maestros y de los alumnos” (Cano, 1960: 39). 

En este contexto, por decreto del 12 de febrero de 1959, se creó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, a través de la cual se procedió
de inmediato a la elaboración de libros adecuados a las necesidades de niños y maestros de la escuela primaria. En un contexto de baja profesionalización de los docentes, los materiales educativos resultaban fundamentales. Fue un esfuerzo nacional encomiable, tanto por el volumen de recursos apostado en ello como por la naturaleza transformadora de la acción.

Los años sesenta y setenta. Movimientos sociales y posterior dificultad para el desarrollo educativo

La década de los sesenta presenció los movimientos por los derechos y las libertades que abrieron nuevos horizontes para el cambio social. No obstante, en América Latina la agudización de los conflictos entre los sectores privilegiados y los desfavorecidos social y económicamente, el avance de corrientes afines a ideologías de izquierda y las amenazas al statu quo llevaron a problemas agudos que culminaron con golpes de Estado y con la instauración de dictaduras militares en varios países de la región.  Los gobiernos dictatoriales, fuertemente represores, cancelaron derechos; prohibieron las organizaciones políticas, sindicales y estudiantiles; e impulsaron economías de libre mercado de corte neoliberal, que propiciaron la exclusión económica de vastos sectores de la población. “En este contexto, la educación —siempre estrechamente vinculada a la política, a la economía, a las instituciones democráticas y a la voluntad política— se vio seriamente menoscabada” (Carreño, 2015: 66).

Con este antecedente, en diciembre de 1979 se llevó a cabo una Conferencia de Ministros de Educación de los países de la región en la capital de México, que culminó con laDeclaración de Ciudad de México, en la que se reconoce lo siguiente:

Subsisten graves carencias, tales como la extrema pobreza de vastos sectores de la población en la mayoría de los países, así como la persistencia de una baja escolarización en algunos; la presencia en la región de 45 millones de analfabetos sobre una población adulta de 159 millones; una excesiva tasa de deserción en los primeros años de escolaridad; sistemas y contenidos de enseñanza muy a menudo inadecuados para la población a la cual se destinan; desajustes en la relación entre educación y trabajo; escasa articulación de la educación con el desarrollo económico, social y cultural y, en algunos casos, deficiente organización y administración de los sistemas educativos, caracterizados aún por una fuerte centralización en los aspectos normativos y funcionales (Carreño, 2015: 66).

Los años ochenta. Nuevamente, el Proyecto Principal y la necesidad de reformas educativas

La Declaración de Ciudad de México concluye con el establecimiento de metas claras que los países miembros deberían implementar, entre las que destacan ofrecer una educación general mínima de ocho a diez años; eliminar el analfabetismo antes del fin del siglo; dedicar presupuestos gradualmente mayores a la educación, hasta destinar no menos de siete u ocho por ciento de su producto nacional bruto a la acción educativa; dar la máxima prioridad a la atención de los grupos poblacionales más desfavorecidos; emprender las reformas necesarias para que la educación responda a las características, necesidades, aspiraciones y valores culturales de cada pueblo, y para contribuir a impulsar y renovar la enseñanza de las ciencias, así como a estrechar la vinculación de los sistemas educativos con el mundo del trabajo; transformar los currículos en consonancia con las necesidades de los grupos menos favorecidos; renovar los sistemas de formación del profesorado, antes y después de su incorporación a la docencia; promover económica y socialmente a los docentes; y propiciar una organización y una administración de la educación adecuadas a las nuevas exigencias, que en la mayoría de los países de la región requieren mayor descentralización de las decisiones y procesos organizativos, y una mayor flexibilidad para asegurar acciones multisectoriales y lineamientos que estimulen la innovación y el cambio (UNESCO-OREALC, 1979).

Dicha Declaración fue el primer paso hacia la consecución del Proyecto Principal de Educación en América Latina y el Caribe que fue aprobado en 1980, cuyo propósito se resume en la Recomendación de Quito, la cual emplaza a los países de la región a lograr tres grandes objetivos antes del año 2000:  a) alcanzar la escolarización básica a los niños en edad escolar y ofrecerles una educación general mínima de ocho a diez años de duración; b) superar el analfabetismo y desarrollar y ampliar los servicios educativos para jóvenes y adultos; y c) mejorar la calidad y la eficiencia de los sistemas educativos, y de la enseñanza en general, a través de la realización de las reformas necesarias y del diseño de sistemas efectivos de medición de los aprendizajes (UNESCO-OREALC, 1981).

Es importante recordar que la década de los ochenta estuvo marcada por una importante crisis económica conocida como la deuda latinoamericana, cuyos efectos en el desarrollo económico y social de la región fueron tan devastadores que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) la describió como la década perdida. 

No obstante la claridad de la agenda propuesta en el marco del Proyecto Principal, y probablemente por efectos de la crisis económica, las reformas educativas que predominaron en los años ochenta y a principios de los noventa fueron “reformas institucionales orientadas a reorganizar la gestión, financiamiento y acceso al sistema” (Martinic, 2010: 31). Consistieron básicamente en distribuir los servicios educativos desde los gobiernos centrales hacia los estados o provincias, municipios y comunas, y se limitaron a un aspecto: la transferencia de recursos y responsabilidades (Kaufman y Nelson, 2005). 

En México, en la primavera de 1992 se firmó el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica (ANMEB), que transfirió la operación de los servicios de educación básica y normal desde el gobierno federal hacia los estados. Se traspasaron los establecimientos escolares con todos los elementos de carácter técnico y administrativo, derechos y obligaciones, bienes muebles e inmuebles, así como los recursos financieros utilizados en su operación.

Retomando la Declaración de Ciudad de México, en el discurso oficial que justificó dichas reformas se apeló a la necesidad de “una mayor descentralización de las decisiones y procesos organizativos”, de acercar las soluciones a donde se operaban los servicios. No obstante, se advierte que “el énfasis otorgado a estos aspectos de la reforma educativa se debe a que formaban parte de una agenda política mayor” (Kaufman y Nelson, 2005: 6). En los hechos, la descentralización de los servicios implicó no sólo una reducción del aparato público central, sino también del gasto en educación, apelando a elevar la eficiencia administrativa y a una mayor focalización. Sin embargo, las transformaciones vinculadas con aspectos como procesos de aprendizaje, autonomía escolar y participación social siguieron pendientes.

Para ese entonces, se había producido un avance claro en el levantamiento de información censal y en la producción de estadísticas educativas: algunos países ya contaban con sistemas nacionales de evaluación, aunque su trabajo se centraba en la evaluación de la eficiencia del sistema, esto es, en estudios de costo y beneficio, y en análisis de la asignación de recursos (Martinic, 2010).

Los años noventa. El interés por el aprendizaje de los estudiantes

Un parteaguas multilateral en materia educativa fue la Conferencia Mundial de Educación para Todos de 1990, convocada en Jomtien, Tailandia, donde los delegados de 155 países, 20 organismos internacionales de desarrollo y 150 organizaciones no gubernamentales adoptaron la Declaración Mundial sobre Educación para Todos: Satisfacción de las Necesidades Básicas de Aprendizaje. Como parte del documento se establecieron directrices para ponerlo en práctica, plasmadas en el Marco de Acción para Satisfacer las Necesidades Básicas de Aprendizaje, que pretendió ser una referencia o guía para las naciones a fin de apoyar la elaboración de planes de ejecución. 

La Declaración de Jomtien desplazó al Proyecto Principal de Educación, cuyo horizonte de actuación se había fijado en el año 2000, y puso énfasis en los aprendizajes, lo cual determinó el interés creciente en América Latina por el tema de la medición y mejoría del logro educativo de los estudiantes. Cabe destacar que en esta década la inversión en educación también se convirtió en prioridad para las instituciones financieras internacionales y se llevaron a cabo numerosas conferencias e infinidad de estudios. De igual manera, se sostuvieron discusiones y encuentros en torno a lo que se debía hacer en las escuelas para lograr un incremento en los aprendizajes (Kaufman y Nelson, 2005). En estos espacios se fue acreditando la necesidad de una nueva generación de reformas educativas que abordaran los temas de contenidos curriculares, y procesos pedagógicos y de organización. Surgieron con fuerza novedosos planteamientos a propósito de los incentivos al desempeño docente, la rendición de cuentas, los exámenes nacionales estandarizados, la evaluación del desempeño del sistema, la autonomía escolar y la participación de los padres de familia, entre otros. 

A raíz de ello, inició un nuevo ciclo de reformas centradas en la calidad de la educación, más que en la cobertura, a pesar de la persistencia de déficits en este aspecto, particularmente en los sectores de escasos recursos: la prevalencia del analfabetismo en grandes sectores de la población y los fenómenos de abandono y repetición en las escuelas de nivel básico. En esos años, con la preocupación emplazada enel ámbito pedagógico, el foco de interés se centró en la adquisición de conocimientos y competencias básicas, remitiendo a currículos transversales, esto es, que abordan temas ambientales, cívicos o de derechos humanos, entre otros (Carreño, 2015). Por las características específicas de la región, afloraron con fuerza los temas de interculturalidad y bilingüismo para la atención de la población indígena. La preparación docente adquirió relevancia destacada, aunque orientada a la interacción en el aula como proceso clave. La evaluación se reencauzó hacia la medición de la adquisición de los aprendizajes absolutos (Martinic, 2010). 

El nuevo siglo y el auge de las evaluaciones

Con la llegada del nuevo siglo, arribaron también en el ámbito internacional las pruebas estandarizadas, como el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), cuyo propósito es indagar la adquisición de conocimientos y habilidades necesarios para la participación plena en la sociedad por parte de los alumnos cercanos al final de la educación obligatoria (quince años), y el Estudio de las Tendencias en Matemáticas y Ciencias (TIMSS, por sus siglas en inglés), que evalúa esas áreas del conocimiento en los estudiantes inscritos en cuarto y octavo grados y está coordinado por la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Escolar (IEA, por sus siglas en inglés). 

De América Latina, México participó en el levantamiento de PISA en 2000 como país miembro, y Brasil y Argentina, como países no miembros; en Chile y Perú la evaluación se inició en 2002; y en Colombia, en 2006.

En 1994, la Oficina Regional para América Latina y el Caribe (OREALC) de la UNESCO impulsó la creación del Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación (LLECE), que en 2006 promovió la aplicación del Segundo Estudio Regional Comparativo y Explicativo (SERCE) y en 2013 del Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo (TERCE), referidos al logro de aprendizaje a gran escala.  El objetivo principal era generar conocimientos que contribuyeran a que los ministerios de Educación de la región tomaran decisiones formadas en materia de políticas educativas, a partir del análisis de los resultados de las investigaciones evaluativas implementadas por el LLECE, bajo la idea de que el logro de aprendizajes debe ocupar un lugar relevante como indicador de la calidad de la educación (UNESCO-OREALC, 2016). De igual forma, a escala nacional fueron surgiendo diversas evaluaciones, como el Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (SIMCE) en Chile, que se aplicó por primera vez en 1988, y la Evaluación Nacional del Logro Académico en Centros Escolares (ENLACE), aplicada en México desde 2006. 

La disponibilidad de resultados hizo que emergiera en la región el tema de la rendición de cuentas y, al mismo tiempo, que se exigiera rigor metodológico en la generación y el análisis de la información. Se empezó a vincular estadísticamente el resultado de los aprendizajes con el contexto sociocultural del alumno. Cobró particular relevancia el proceso de enseñanza-aprendizaje que se desarrollaba en cada escuela y aula. Las evaluaciones ampliaron su foco para abarcar los procesos educativos, además de los resultados de aprendizajes. Martinic define a este estadio como la tercera generación de reformas en la región, centradas en la calidad de las interacciones y las prácticas pedagógicas: “en estas inte-racciones descansa, precisamente, la posibilidad del cambio y del mejoramiento en la escuela pese a las condicionantes que imponen las desiguales condiciones de vida de los niños” (Martinic, 2010: 35).

2013. La Reforma Educativa en México

Si bien 2013 marca el inicio de la Reforma Educativa, lo cierto es que se trata de un proceso aún en curso. Los deficientes resultados del país en evaluaciones internacionales como PISA revelaron que el Sistema Educativo Nacional (SEN) no estaba rindiendo los frutos esperados. Si bien, históricamente, México fue transitando con distinta intensidad por las diversas fases que se han descrito del proceso de reformas educativas latinoamericanas, lo cierto es que en la segunda década del presente siglo el SEN estaba entrampado en un problema vinculado a su gobernanza, el cual impidió que las reformas emprendidas con antelación tuvieran el impacto previsto. 

Asumiendo que el hecho educativo depende crucialmente de la calidad de las interacciones y las prácticas pedagógicas, el foco de atención se mueve hacia la escuela, a lo que ocurre en el aula; los temas clave son el desempeño docente, la flexibilidad curricular, las condiciones de infraestructura y mobiliario, los materiales educativos, etcétera. Sin embargo, todo lo que se abone en este sentido se diluye cuando prevalecen prácticas clientelares o cuando la gobernanza del sistema se ha descompuesto. Por ello, el primer reto que enfrentó la Reforma Educativa fue recuperar la rectoría del Estado sobre la educación.

Su viabilidad descansó en un amplio acuerdo entre las principales fuerzas políticas del país y el gobierno federal, que se firmó al día siguiente del inicio de la administración 2012-2018: el Pacto por México. En materia educativa, este compromiso se tradujo de inmediato en propuestas legislativas: la reforma constitucional y la modificación o emisión de leyes secundarias a través de las cuales se elevó a rango constitucional el derecho a una educación de calidad, entendiendo por ello que los alumnos alcancen el máximo logro en los aprendizajes; se estableció el Servicio Profesional Docente (SPD); se otorgó autonomía al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE); y se impulsó un conjunto de acciones orientadas a promover la autonomía de gestión de las escuelas, fortalecer los sistemas de información, mejorar la infraestructura educativa, robustecer el papel de la supervisión escolar y favorecer la asistencia técnica a la escuela, etcétera.

Como parte de las acciones encaminadas a recuperar la rectoría del Estado sobre la educación, se puso fin a la doble negociación salarial que operaban los líderes sindicales seccionales con los gobiernos locales, mediante la firma del Convenio de Automaticidad en el que se acordó la negociación salarial única. La reforma dispuso, asimismo, la revisión del fondo a través del cual se otorgaban recursos a las entidades federativas para el pago de la nómina federalizada, que se sustituyó por uno nuevo, el Fondo de Aportaciones para la Nómina Educativa y Gasto Operativo (FONE). Su integración supuso la conciliación previa de las plazas federalizadas y derivó en la centralización de la nómina educativa federal, terminando así con la creación irregular de plazas y abonando significativamente a la transparencia y la rendición de cuentas.

La implementación del Servicio Profesional Docente —que sustituyó al Programa Nacional de Carrera Magisterial— despertó la resistencia de ciertos grupos sindicales que se oponían a la evaluación del desempeño docente. Ahora, con el paso del tiempo, la mayor parte del profesorado del país ha participado en los procesos de evaluación, ya sea para obtener una plaza, hacerse acreedor a incentivos en la función, promocionarse, o bien para permanecer frente a grupo. El sistema discrecional que existía se ha transformado en uno basado en el mérito, en el que se reconocen y aprecian los saberes y el desempeño. 

La evaluación de los aprendizajes también se reformó. En 2013, el INEE estudió la validez de las pruebas que se aplicaban hasta entonces —ENLACE y Exámenes de la Calidad y el Logro Educativo (EXCALE)—: los resultados apuntaron a que era recomendable sustituirlas por un nuevo planteamiento. A partir del ciclo escolar 2014-2015, se puso en operación el Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes (PLANEA), “una nueva generación de pruebas para medir y evaluar el logro de aprendizajes en educación básica y educación media superior” (INEE, 2018: 9).

La reforma dispuso la creación de foros nacionales para la revisión del modelo educativo. Fruto de un primer proceso de consulta, en 2016 se puso a consideración de la sociedad un replanteamiento pedagógico, que se continuó trabajando a partir de los aportes recibidos para, finalmente en 2017, dar a conocer el nuevo Modelo educativo para la educación obligatoria. Educar para la libertad y la creatividad (SEP, 2017a). El modelo se articula en cinco componentes, a saber: el planteamiento curricular, la escuela al centro del sistema educativo, la formación y el desarrollo profesional docente, la inclusión y la equidad, y la gobernanza del sistema educativo. En ese mismo año salieron a la luz pública los documentos Aprendizajes clave para la educación integral. Plan y programas de estudio para la educación básica (SEP, 2017b) y Planes de estudio de referencia del marco curricular común de la educación media superior (SEP, 2017c).

En el caso de la educación básica, se mantuvo la formación académica como componente curricular, pero se incorporaron dos nuevos elementos: el desarrollo de habilidades socioemocionales y el ámbito de autonomía curricular. La modificación del plan y los programas de estudio detonó la elaboración de una nueva generación de materiales educativos, que incluyen no sólo los libros de texto gratuitos, sino también carteles de aprendizajes clave para las escuelas, libros para bibliotecas escolares y guías docentes, así como cursos en línea orientados a la actualización docente. 

El ciclo escolar 2018-2019 es de gran trascendencia para la educación en México puesto que finalmente confluyen en las escuelas los múltiples elementos que caracterizan a la Reforma Educativa. La expectativa por los resultados de la implementación no debe llevar a dejar de pensar en lo que viene más adelante. Las reformas exitosas no sólo dependen de un planteamiento sólido, sino —de manera sustantiva— de su sostenibilidad a través del tiempo. 

Persisten áreas de oportunidad en las que se debe incidir: la limitante presupuestaria, de la que se ha hablado poco en este artículo, debe ser abordada con seriedad; preguntarse, por ejemplo, si se debe mantener la dispersión de planteles educativos que caracteriza a los servicios de educación básica en México, o bien impulsar la consolidación o integración de escuelas multinivel; indagar si se debe mantener la política de impresión anual de libros de texto fungibles que pertenezcan al alumno o, en su lugar, plantear una impresión trianual de mayor calidad que permanezca en la escuela; entre otras. Los dilemas no cesan. 

Conclusiones

La revisión de las reformas educativas latinoamericanas da cuenta de que la constante ha sido el tema de la equidad: educación para todos. No obstante, en el periodo reciente, vinculado al auge de las evaluaciones, se enfatizó de manera casi absoluta la calidad. 

No se trata de la disyuntiva entre los objetivos de equidad o calidad, sino del dilema de cómo resolver conjuntamente ambos: la equidad entendida como la generación de condiciones de aprendizaje que permitan que los saberes adquiridos por los alumnos rompan el círculo vicioso de la pobreza, y que se arribe a una igualdad efectiva de oportunidades. A ello abona el formar a los educandos para saber, saber hacer y saber ser. 

                 5.3 LA AUTORIDAD PEDAGOGICA

CONTEXTO SOCIOHISTORICO DE LA AUTORIDAD PEDAGÓGICA ACTUAL
La preocupación actual por la calidad del clima escolar revela que la relación pedagógica entre profesores y alumnos de enseñanza media presenta profundas tensiones (Floro 1996; Flores y García 2007; Tedesco y Fanfani 2002; Zerón 2006). La crisis de la autoridad del profesor es uno de los problemas que constituye a la vez la mayor preocupación y el mayor desafío para los educadores en el contexto actual (Tedesco y Fanfani 2002).
En Chile, el Primer Estudio Nacional de Convivencia Escolar (UNESCO 2005) advierte que el 67% de los profesores considera que la conducta más frecuente en los alumnos es faltarle el respeto, situación que es admitida por el 25% de los estudiantes. Este estudio agrega que el 63% de los profesores admite tener dificultades en hacer clases debido a los comportamientos de los estudiantes. En esta misma línea, la VI Encuesta Nacional a los Actores del Sistema Educativo (CIDE 2006) señala que el 53% de los profesores chilenos considera que los responsables de las deficiencias en la educación son sus propios alumnos.
Estas complejas y tensas relaciones entre profesores y alumnos secundarios logran ser comprendidas, por una parte, cuando se consideran los efectos sociales en el aula de la masiñcación y democratización de la escolarización. Actualmente, los docentes se relacionan con estudiantes que presentan diversas aspiraciones educacionales, distintos valores socioculturales y con disímiles formas de aproximarse a la escolarización, que en muchos casos es interpretada como una experiencia molesta y poco significativa (Tedesco y Fanfani 2002; Fanfani 2000). Así también, hoy día se presenta la tendencia cultural al "empoderamiento" de los adolescentes (Dubet 2006; Tedesco y Fanfani 2002). Incluso, en Francia, algunos sociólogos como Renaut diagnostican la muerte de la autoridad de los padres y de los maestros: "La autoridad se ha evaporado, el maestro y el alumno se han convertido en dos iguales (...). Nuestra sociedad entró en una dinámica irreversible e ilimitada de democratización en que el otro es un alter ego. En estas condiciones, se vuelve inadmisible soportar la menor relación disimétrica entre los ciudadanos" (Renaut 2004: 71).
El desequilibrio de poder entre las generaciones ha sufrido cambios sustanciales. Si bien en la actualidad las relaciones intergeneracionales siguen siendo asimétricas a favor de los mayores, hoy los adolescentes son considerados como sujetos de derechos: pueden expresar sus opiniones, acceder libremente a la información, participar en la definición y aplicación de las reglas que organizan la convivencia, participar en tomas de decisiones, etc. De acuerdo a Tedesco y Fanfani (2002), el reconocimiento de los derechos a los adolescentes, aunado a la erosión de las instituciones escolares, está en el origen de las fracturas de las relaciones pedagógicas verticales y unidireccionales, las cuales primaron durante muchos años en los colegios.
También se puede agregar que los conflictos en las relaciones pedagógicas corresponden a una ruptura de los ideales clásicos en los cuales los maestros fueron formados (Dubet y Martuccelli 1998). En efecto, tradicionalmente la escuela se representó como una institución que lograba transmitir, por medio de conocimientos y por la forma de la relación pedagógica, las normas y los valores generales de la sociedad: los niños abandonaban su mundo particular y accedían a una cultura universal, la cual era interiorizada sin mayores resistencias. Sin embargo, a la luz de los factores comentados, este ideal clásico ha perdido fuerza y sentido. De acuerdo a Dubet y Martuccelli (1998), la escuela de hoy está lejos de presentarse como una máquina que forma individuos según un esquema social común y legitimado por todos. A nivel latinoamericano, Batallan (2003) lo ha planteado de este modo: "el viejo sistema vertical, que se inicia con el mando de los directivos sobre los maestros y continúa con el de éstos sobre los niños, ha entrado en crisis, sin que haya sido reemplazado por alternativas ni pedagógicas, ni políticas" (p. 684).
II.   PROBLEMÁTICA Y OBJETIVOS DE LA INVESTIGACIÓN
Los antecedentes presentados llevan a considerar que la masiñcación de la escolaridad, la democratización y la ruptura del ideal clásico de la figura del profesor generan profundos cambios en la cultura escolar y juvenil, lo que lleva a que la oferta tradicional de la educación escolar se encuentre en una profunda crisis.
Ya en los años sesenta, Arendt (1961 [1996]) interpretaba la crisis de la educación como una paradoja entre el debilitamiento cultural de la legitimidad de la autoridad y la incapacidad de la escuela de renunciar a ella. De este modo, el profesor está tensionado a levantar su autoridad pedagógica definiéndola desde sus interacciones cotidianas, considerando las particularidades socioculturales de sus alumnos y de la organización en que participa, y esperando finalmente que ella sea reconocida por los estudiantes.
Dado lo anterior, esta investigación se basa sobre dos interrogaciones fundamentales: ¿cómo los profesores de enseñanza media construyen y ejercen su autoridad pedagógica? ¿Qué sentido atribuyen los profesores a la autoridad pedagógica en el contexto actual? Ambas interrogantes son un aporte a la discusión sobre la autoridad pedagógica, en la medida que participan a la problemática fundamental: ¿Es posible una acción pedagógica sin autoridad?
La presente investigación interpreta la autoridad desde la pedagogía, es decir, desde la relación práctica y reflexiva entre alumnos y profesores que se construye en una situación escolar de enseñanza y aprendizaje. El estudio adopta una perspectiva fenomenológica, por la cual es necesario subrayar que la autoridad no es un atributo personal, sino un tipo especial de interacción por el cual se coordinan profesores y alumnos en el contexto aula. Ello significa que la autoridad es una realidad que emerge sólo en la interacción social (Kojéve 2006).
Por consiguiente, el concepto de autoridad pedagógica cobra sentido en la relación de interdependencia que se teje en la institución escolar entre alumnos y profesores, y entre enseñanza y aprendizaje. La autoridad pedagógica no puede ser pensada sin considerar el imaginario social en torno a la educación formal, la institución escolar y el proceso de enseñanza-aprendizaje del saber escolar.
El objetivo general de este estudio apunta a identificar los elementos constituyentes y significativos de la autoridad pedagógica y su construcción.
III.  METODOLOGÍA DE INVESTIGACIÓN
Este estudio fue realizado con los relatos obtenidos por ocho profesores de ambos sexos, de enseñanza media, pertenecientes a cuatro establecimientos que atienden a grupos socioeconómicos medio-bajos de la ciudad de Santiago de Chile. Los profesores entrevistados han sido elegidos por sus estudiantes a través de un cuestionario especialmente construido para este estudio, el cual fue previamente validado por juicios de expertos. Para seleccionar a los profesores, se consideran las respuestas de los estudiantes a las dos primeras preguntas del cuestionario: a) Piensa en los profesores y las profesoras que actualmente te hacen clases. ¿Cuál profesor(a) es al que más obedecen y respetan tus compañeros(as) de curso? Y b) Con respecto a este profesor(a) ¿por qué crees que es el más obedecido y respetado por tus compañeros(as)? Estos ocho profesores son designados como los más obedecidos y respetados por el grupo curso. Cinco de ellos son profesores de matemática (de los cuales dos son también profesores de mecánica), dos son profesores de física y una de lengua castellana. Llevan entre 6 y 33 años de ejercicio docente. Tres son de sexo masculino y cinco femenino.
La recolección de datos ha sido realizada gracias a entrevistas en profundidad individuales semiestructuradas, basadas en dos preguntas guías: ¿Cómo los profesores significan la autoridad pedagógica? ¿Qué experiencias presentes y pasadas están relacionadas con la autoridad pedagógica? La aplicación de las entrevistas se realizó en los establecimientos escolares, entre los meses de mayo y julio de 2008, fuera de horario de clase. Cada entrevista duró entre 30 minutos y 1 hora 30. Las entrevistas fueron aplicadas por los investigadores en ausencia de alumnos y otros agentes de la institución.
De las entrevistas en profundidad, se realiza un análisis de contenido, a nivel temático y semántico siguiendo la guía de Taylor y Bogdan (1992). Se examinan los discursos identificando, en primer lugar, los conceptos y las proposiciones más recurrentes. Posteriormente, se elabora una tipología de ellos, que permitan relacionar entre sí diversas piezas de los relatos. Finalmente, se elaboran categorías generales que permitan dar cuenta de los elementos constituyentes de la autoridad pedagógica y su construcción. La categorización de las respuestas es realizada por dos investigadores, cada uno en forma independiente. Posteriormente se confrontan los resultados de ambos. En los casos en que no haya coincidencia, se realiza un nuevo análisis.
IV. RESULTADOS
Del análisis del discurso de las ocho entrevistas realizadas, emergieron diversas y heterogéneas dimensiones de la autoridad pedagógica actual en Chile. Dada la naturaleza semiestructurada de las entrevistas, los profesores aprovecharon el espacio de comunicación para relacionar la autoridad pedagógica con problemáticas tales como la disciplina, la resolución de conflictos en el aula, la misión docente cada día más exigente, la evaluación, el fracaso escolar, el clima organizacional y las condiciones de trabajo de los profesores. Hemos agrupado estas temáticas en tres preguntas operacionales que buscan contestar a la interrogación fundamental de esta investigación: ¿Qué sentido los profesores atribuyen a la autoridad pedagógica actual? Recordamos que los profesores de esta muestra han sido designados por sus alumnos como los más respetados y obedecidos por el grupo curso.
En ningún momento se ha solicitado explícitamente a los profesores que definan qué es la autoridad, con el fin de que no elaboren un discurso teórico que podría resultar abstracto e inconsistente con su experiencia. Por consiguiente, lo que se presenta a continuación constituye una interpretación del discurso de los profesores sobre sus experiencias y percepciones de la autoridad.
IV. 1. ¿En qué piensan los profesores cuando hablan de autoridad? Los profesores, cuando hablan de autoridad hacen referencia al reconocimiento del respeto, a la intención pedagógica, las normas y al manejo de la disciplina.
En el discurso de los profesores, la autoridad aparece como un fenómeno difuso, poco claro, que generalmente se delimita por negación: "No es poder, no es gritar, no es imponer, tampoco es buena onda y chacota, o dejar hacer cualquier cosa, no, es otra cosa, es algo más" (profesor de mecánica). Este "algo más" hace referencia mayoritariamente y con mucho énfasis al respeto. Un profesor de física lo expresa muy justamente: "Los alumnos sienten autoridad (en el profesor) cuando reconocen el respeto mutuo que yo les tengo hacia ellos y que yo exijo entre ellos y hacia mí". Es interesante observar que el profesor se valora a sí mismo como autoridad cuando logra que sus alumnos lo reconozcan como tal. El profesor está más pendiente de la reacción que causa su comportamiento en los otros que del comportamiento mismo. De ahí que sea difícil para los profesores el precisar a priori qué es la autoridad. La autoridad del profesor es un fenómeno social que se construye en la cotidianidad de la interacción pedagógica.
Por otra parte, los profesores perciben que los alumnos obedecen, hacen lo que les piden que hagan, cuando sienten que es una orden con sentido, "no es así nomás, sino que es para algo" (profesora de castellano). La autoridad cobra sentido cuando se reconoce una intención positiva, constructiva por parte del profesor, la intención de enseñarle algo significativo, algo que sirve para su desarrollo en la vida.
Este respeto y esta intención se actualizan en una experiencia situada: el aula. El análisis de la autoridad por parte de los profesores se materializa en el manejo del grupo curso: "Las reglas son fundamentales, hay que tenerlas bien claras, hay que reforzarlas, explicitarlas y ser muy coherente con ellas, aplicarlas siempre, sin excepción, no hay que dejarles pasar nada" (profesora de matemática). En el espacio aula, la relación alumno-profesor se muestra sin falso complejo como naturalmente asimétrica: "Yo soy el capitán de este barco, yo soy la que manda acá; puede haber momentos más relajados, pero yo soy la que decide de los tiempos, cuándo nos reímos y cuándo nos ponemos serios, y dedico las primeras semanas a que eso lo entiendan bien" (profesora de castellano).
Esta autoridad situada en el manejo de la disciplina también se fundamenta en una intención pedagógica, la de proporcionar una "sensación de seguridad" en el alumno. Una profesora de matemática lo explica: "Los alumnos conmigo se sienten seguros porque saben por donde van, les rayo bien la cancha y así no se sienten perdidos o botados a lo que venga, es muy importante eso porque en sus familias, se sienten muy abandonados, no tienen un referente, alguien quien les muestra el camino y con quien pueden contar". La intencionalidad no se refiere sólo a un control del aula para el buen desarrollo de las actividades pedagógicas, sino también la contención de jóvenes en situación de vulnerabilidad social y por ende existencial. Esta contención va acompañada de un profundo y sincero compromiso con el alumno: "Yo me la juego a 100% por mis alumnos, ellos sienten que son importantes para mí, para esta escuela, para la sociedad, saben que pueden contar conmigo para sacarlos adelante" (profesor de mecánica).
IV. 2. ¿Qué relación tiene la autoridad con lo pedagógico? De su práctica pedagógica cotidiana, los profesores entrevistados destacan cuatro dimensiones fundamentales: las normas, los roles, la transmisión del saber y la evaluación de los aprendizajes.
Con respecto a las normas, todos insisten en el "hecho indiscutible de que las reglas en el aula son indispensables para el desarrollo de las actividades" (profesora de castellano). Éstas deben ser explicitadas, claras, justas, coherentes, aplicadas a la letra y sin excepción. Además, son justificadas y fundamentadas en el porqué de la escolaridad: "No digo que (los alumnos) deben estar como muebles escuchándome, pero cuando paso materia me pongo muy serio, les explico bien eso al principio, que las reglas están para que todos entiendan y aprendan la materia; no permito que nadie ande tonteando porque impide que él y los demás se concentren" (profesor de física). En todos los profesores entrevistados, la firmeza en la aplicación de las normas está dirigida a proporcionar al grupo curso condiciones óptimas de aprendizaje de un saber disciplinario. Pero para algunos docentes, la norma no se limita a esta función, también representa un saber actitudinal que debe ser aprendido. Una profesora de matemática lo expresa en estos términos: "Cuando los límites y las normas en una casa no existen, el colegio debe compensar para permitirles integrarse a la sociedad, porque si no la sociedad los va a crucificar; ahora, si no tienen conocimientos, no van a salir adelante, pero me parece que si una persona es recta, cumple, es comprometida y respetuosa, tiene mayores posibilidades de salir adelante, me da la impresión que le es más fácil".
La integración de las normas por parte de los alumnos está relacionada, según los profesores, con el reconocimiento y la aceptación de los roles que cada agente cumple en el relación pedagógica. El papel de alumno y el de profesor se delimitan claramente, así como se especifica la misión de cada uno. El profesor constituye en el aula la figura de autoridad por ser el representante del sistema escolar, sobre todo en los casos de ser profesor jefe de un curso. Ahora bien, si esta autoridad institucional no está fundamentada en una intención pedagógica, carece de reconocimiento y por ende de legitimidad por los alumnos: "Por ser profesor jefe, los alumnos a uno le tienen más respeto, porque en última instancia, nosotros decidimos de una expulsión o si un alumno tiene que repetir el año, pero todo depende del profesor, los alumnos captan muy rápidamente si se trata de un profesor gana-pan o un profesor con vocación" (profesor de mecánica).
Para todos los profesores entrevistados, la asimetría asumida entre el docente y el alumno se basa fundamentalmente en el dominio de un saber disciplinar. El profesor es un maestro que tiene como misión la enseñanza; conduce actividades cuyo fin es la comprensión y el aprendizaje por el grupo curso de un saber. Por consiguiente, según los profesores, los alumnos reconocen autoridad cuando la misión docente se dirige exclusivamente hacia lo pedagógico: "Los alumnos me hacen caso porque yo no vengo a dar clases para que me aplauden, o para buscar cariño en los niños, yo vengo a enseñar algo para que los chiquillos salgan adelante" (profesora de matemática).
Esta intención pedagógica exige una enseñanza de alta calidad. La transmisión de un conocimiento es una tarea ardua que requiere de mucha preparación, rigurosidad, creatividad y paciencia. Un profesor de física aclara este punto: "Mi materia es muy difícil para algunos alumnos, hay que explicar mil veces lo mismo, tengo que ingeniarme para que entiendan, busco las mil formas para presentar una materia, porque algunos entienden así y otros así, y eso los alumnos lo valoran mucho". A la pregunta ¿por qué cree usted que hay profesores que no son respetados y obedecidos por sus alumnos?, este mismo profesor responde: "Primero porque son light, yo no sé en qué universidad estudiaron pero carecen mucho de conocimiento tanto de la disciplina como de la pedagogía; los alumnos son pillos, siempre buscan cuánto sabemos, dónde flaqueamos".
La evaluación de los aprendizajes de los alumnos representa la dimensión de la pedagogía más compleja según los profesores. La complejidad se sostiene por el carácter de veredicto de la calificación. Las notas influyen y determinan las trayectorias escolares. Los profesores perciben la tensión entre la medición de un aprendizaje y la calidad de la relación interpersonal entre profesor y alumno. Una profesora de castellano lo ilustra: "Se me parte el corazón cuando tengo que poner una mala nota a un alumno que veo que se esfuerza". También existe la tentación de ser más exigente con la evaluación de los aprendizajes de los alumnos cuyo comportamiento es difícil de gestionar: "Los alumnos están acostumbrados a que las notas de las pruebas vayan bajando según el comportamiento, pero lo más importante es ser justo, porque ahí las cosas pueden confundirse; en este caso, un alumno que se porta muy mal, prefiero ponerle un uno directamente que bajarle las notas de sus pruebas" (profesor de mecánica). La entrega de nota puede fácilmente constituir una situación crítica porque este evento plasma el poder institucional del profesor sobre la trayectoria escolar del alumno. La asimetría entre profesor y alumno es ahí total y es reconocida como autoridad pedagógica cuando la evaluación de los aprendizajes no sirve de castigo sino de instancia constructiva.
IV. 3. ¿Cómo formar(se) la autoridad? Con respecto a la formación a la autoridad, los profesores destacan las siguientes dimensiones: la formación universitaria, la práctica como formación significativa y la fuerza de la vocación docente.
Los profesores concuerdan en considerar que la formación pedagógica universitaria que recibieron no les sensibilizó a la problemática de la autoridad en el aula, tampoco les brindó herramientas para ejercerla. En palabras de los profesores, la universidad enseña un campo de conocimiento y los fundamentos teóricos de la pedagogía, pero "el profesor es él que está en el aula, no el titulado en pedagogía" (profesora de castellano). Los profesores entrevistados con más años de ejercicio docente observan con preocupación la evolución de la formación pedagógica universitaria. Estas dificultades en torno a una formación de su autoridad no se han resuelto, más aún se han agudizado. Actualmente, los profesores novatos llegan al campo educativo con experticia en una disciplina pero con fuertes carencias de conocimiento pedagógico. Un profesor de matemática cuenta que: "Acá, llegó un profesor de matemática, alumno brillante de la Católica, pero es incapaz de alzar la voz frente a los alumnos".
La autoridad es percibida como una construcción reflexiva de una práctica pedagógica. La ausencia de grupos de trabajo en las escuelas investigadas hace de esta construcción una reflexión en solitario que se basa en la experiencia práctica cotidiana. Una profesora de matemática explica que "los primeros años (de docencia) fueron terribles, (yo) no paraba de gritar, porque uno llega al campo de batalla, pero todos los días cuando volvía a mi casa me preguntaba ¿por qué no me resultó, por qué no me obedecen? y bueno, observando a los alumnos, estando muy atenta a ellos, y recordando por qué escogí este trabajo, ahí uno logra algo con ellos". La insistencia de los profesores entrevistados sobre la observación continua y rigurosa de los alumnos subraya que si bien la reflexión sobre la autoridad no es compartida con el grupo de profesores, se basa en una interacción social con los alumnos. Es decir, por una parte los profesores sienten su autoridad cuando perciben e interpretan en la actitud de sus alumnos un reconocimiento de su intención pedagógica. La autoridad pedagógica es entonces un reconocimiento mutuo del otro en tanto que actor de la relación pedagógica.
La vocación docente aparece en el discurso de los profesores en forma recurrente. De hecho, muchos de ellos distinguen en varias ocasiones a los profesores "gana-pan" y "los con vocación". Esta vocación se muestra íntimamente ligada con la misión social de la escuela popular: "Yo elegí trabajar en estas escuelas (del sector socioeconómico bajo) porque es ahí donde uno es realmente un profesor, donde uno aporta a la sociedad" (profesora de castellano). La vocación dirige el sentido que estos profesores atribuyen a la autoridad pedagógica: "Yo soy super seria con los chiquillos pero es porque amo mi trabajo y lo único que quiero es que salgan adelante, y creo que de una forma u otra les transmito a los alumnos el amor por las matemáticas, por lo menos trato de reconciliarlos con las matemáticas, ¡lo que no es fácil!" (profesora de matemática). El reconocimiento por los alumnos de la intención pedagógica que subyace en las prácticas del profesor participa ampliamente a un sentimiento de profunda satisfacción por la labor docente. A la pregunta, ¿qué piensa hacer cuando jubile?, una profesora de matemática contesta: "Pienso trabajar en las cárceles con los jóvenes, ellos son los que más nos necesitan, y también porque yo no concibo mi vida sin la docencia". Por consiguiente, según los profesores entrevistados, la carencia de formación pedagógica universitaria, si bien es resentida, no imposibilita la formación de su autoridad; en cambio, sí es determinante la vocación y el amor por la pedagogía.
V. CONCLUSION
Comprender la autoridad pedagógica implica analizar el discurso de los profesores y examinar sus representaciones. Es importante hacer hincapié que este estudio no busca describir a un tipo ideal de profesor con autoridad, sino interpretar los componentes significativos que están a la base de los discursos de los profesores en ejercicio, que son percibidos por sus alumnos como los más obedecidos y respetados.
Ahora, ¿qué sentido atribuyen estos profesores a la autoridad?
La autoridad pedagógica es una problemática compleja en la medida que se entrecruzan en forma heterogénea las diversas dimensiones de la educación y de las prácticas pedagógicas en el aula. Posiblemente sea esta complejidad la que hace que su definición sea difícil y difusa. Los profesores aluden más a lo que la autoridad no es, que a lo que efectivamente es. Así también, se puede establecer que la noción de autoridad no es definitiva ni acabada, sino que está en permanente construcción, a la par con las nuevas experiencias socioeducativas. La experiencia clave en esta construcción es la legitimación que hacen los alumnos de la autoridad de sus profesores. La autoridad no es un atributo personal, sino un tipo especial de relación por la cual se coordinan los sujetos entre sí. Ello significa que la autoridad pedagógica es una realidad que emerge sólo en la interacción socioeducativa, en el encuentro entre profesores y alumnos. Un profesor en soledad no es autoridad.
También es importante destacar que la autoridad no puede ser reducida a una mera estrategia del profesor para ser reconocido por sus estudiantes. La autoridad es una relación mediada por el saber, el conocimiento y la cultura. Más aún, pareciera que sin un saber, la autoridad acaba. En este sentido, la autoridad pedagógica se aleja de tácticas de control de aula que sólo se interesan en la obediencia de los alumnos; por ejemplo, estrategias de control que sólo se basan en generar vínculos afectivos o en el temor ante el poder discrecional. Con respecto a la primera, la tarea sustantiva de enseñar pasa a un segundo plano. La relación sólo se basa en la interacción directa entre maestro y estudiante, desestimando la relevancia del saber. El intercambio entre alumnos y profesor se presenta como un trueque de afectos, diluyéndose las exigencias del profesor. En cuanto a la segunda estrategia de control, la relación pedagógica se transforma en un duelo orientado hacia la sumisión y el reconocimiento del otro. Es una lucha con vencedores y vencidos, donde el centro lo ocupa la sobrevivencia del profesor y no el aprendizaje de los alumnos. En definitiva, para que se reconozca autoridad pedagógica es necesario que la relación se oriente hacia el aprendizaje del alumno.
¿Cómo se construyen esta autoridad?
Actualmente la autoridad pedagógica no es una condición provista automáticamente por la escuela y tampoco por la formación universitaria. Ello es consistente cuando se considera a la autoridad como un fenómeno social situado y no un concepto a priori. Las formaciones pedagógicas tradicionales se fundamentan en un corpus teórico lógicamente articulado destinado a desarrollar en el profesor un espíritu crítico pero no necesariamente combinado con herramientas para la práctica. La autoridad se construye en la interacción social cotidiana con los alumnos y mediante un trabajo reflexivo y solitario sobre la práctica pedagógica por parte del profesor. Es importante subrayar el carácter solitario de este trabajo reflexivo. Esto concuerda con la crisis del viejo sistema vertical, que se inicia con el mando de los directivos sobre los maestros y continúa con el de éstos sobre los niños. En esta estructura en crisis, los profesores no construyen sus referentes pedagógicos en diálogo con los directivos, ni tampoco con sus pares. En otros términos, el actor decisivo para construir la autoridad son los alumnos; ellos se convierten para los profesores en el principal y quizás único referente.
Finalmente, la interrogante si puede haber acción pedagógica sin autoridad, encuentra elementos de discusión en los antecedentes presentados. Actualmente, el escenario escolar es altamente heterogéneo; los estudiantes presentan diversas aspiraciones educacionales, distintos valores socioculturales y disímiles formas de aproximarse a la escolarización. Desde esta situación, la acción pedagógica de los profesores reconocidos y valorados por sus alumnos se caracteriza por buscar planiñcadamente vincular a todos los estudiantes con el saber. La autoridad del profesor se manifiesta cuando logra ser el referente y el contenedor de la vinculación entre los alumnos y el conocimiento. Recordemos que la autoridad pedagógica no se reduce a meras vinculaciones interpersonales sino implica una mediación hacia saber y una orientación hacia el aprendizaje de todos los alumnos. Esta vinculación aporta herramientas y estructuras al estudiante para su desarrollo autónomo en dimensiones cognitivas, afectivas y sociales. Considerando este aspecto, se puede decir que la autoridad es, por una parte, vinculación con el saber, y por otra, desvinculación (autonomía) con la persona del profesor. El profesor con autoridad es el que proporciona condiciones para que sus estudiantes dejen de depender de él y sean autónomos en el aprendizaje. Por consiguiente, ante la pregunta si puede haber acción pedagógica sin autoridad, la respuesta es negativa, pues se requiere de la acción de un profesor vinculante orientado hacia la autonomía de los alumnos. Y aquí aparece una nueva problemática, que sólo dejaremos enunciada: ¿puede haber autonomía en los estudiantes sin autoridad del profesor?

                 5.4 ETICA Y PEDAGOGIA

Relaciones entre la Ética y la Pedagogía. La Pedagogía es el estudio de la educación, el significado de la palabra educación proviene del vocablo educere, que significa conducir, guiar y también sacar hacia fuera, desarrollar lo que está implícito. También consiste en lograr que una persona haga, por sí misma, lo que debe hacer. En sí la educación es una disciplina que complementa a la Ética y viceversa. La Ética dicta que es lo que hay que hacer, en tanto que la educación muestra el modo en que podemos lograr lo propuesto por la ética. La educación es un arte en tanto que la Ética es una ciencia. De acuerdo a los diferentes significados que puede tener la educación se puede decir que:
a. Cuando educación significa conducir o guiar, la Ética muestra un modelo de conducta a seguir y la educación dice como conducir al niño dentro de ese modelo.
b. Cuando educar significa saca hacia fuera, desarrollar lo que está implícito, se da a entender que el mismo educando (la persona a educar) es la causa principal de su educación, pues contiene en sí mismo las potencialidades que se van a actualizar. En este caso la Ética proporciona el modelo o guía de conducta humana buena, en tanto que la educación proporciona las reglas prácticas para enseñar u orientar al educando dentro de esa guía general.
c. Cuando educar significa lograr que una persona haga, por sí misma, lo que debe hacer, la educación dicta cómo se debe proceder con el educando a fin de lograr su autonomía, la madurez y la toma de responsabilidad por parte de éste. La Ética nos dice el qué hacer, mientras que la Pedagogía nos dice el cómo.
d. Educar es actuar de tal manera que el educando capte un sentido personal en la realización de valores, obligaciones y virtudes, los cuales constituye la Ética como un conjunto de principios y conceptos abstractos sin ninguna aplicación práctica.